Es acaso creación mía ese yo indecoroso y poco convincente, ese reflejo. Cuando paso por las visiones largamente extenuadas de la ciudad y vislumbro la media luz de las siluetas corredizas de las sombras de nubes que huyen por las aceras me es imposible desligar a sus oscuras copias, sus diáfanas ausencias de su propio cuerpo. Aunque quizás las nubes no posean un cuerpo yo si, y el reflejo en el espejo es la clara muestra de la obra creadora mia. Sea yo hijo de Dios o de la nada, terminaré por crear la ilusión de otros espacios, espacios compartidos en infinita transposición. No cabe más que echar un vistazo y darse cuenta de ello: soy el reflejo contrario de un espejo. Los dos universos que comparten un mismo cuerpo en esta mirada no mienten cuando veo que el otro imita, con detalle exacto, mis señas o mis gestos, o mis risas o mis llantos. Habrá que preguntarse si soy infinito como mi reflejo. Y dudaré, al contrario que Berkeley, que si cierro los ojos frente a mi espej...