En este instante, mientras llueve, veo en cada gota una similitud. Me veo a mi mismo, representado en cada gota, cayendo inexorablemente, hacia un destino seco cuyo fin falaz será regresar al sitio de donde vino. Es por eso, quizás, que entiendo cuando Ilya Prigogine, o algún otro filósofo-físico matemático dice que el tiempo es circular. Es esta caída irremediable hacia un futuro inevitable, que no consta de otra cosa que una vil materia siendo manipulada por leyes. Pero algo hace un sonoro crujido en mi mente cuando pienso en lo absurdo de esta proposición. Andando un poco más allá de Freud y el insípido camino determinista, pareciera que esta mente detrás de mis actos, esta entidad a la que llamo consciencia, se encontrase lejos de ser no más que ese purificado polvo al que Hamlet hacia dolorosa alusión.
Creo que fue Kristof Coch el que demostró que el acto de la consciencia no consistía en otra cosa que en unas cuantas vulgares celulares nerviosas localizadas en el lóbulo frontal y prefrontal... pero, y se que no soy un neurólogo y que por lo tanto mi pericia con este campo es pobre, si podemos dar a los contenidos neuronales una entidad específica, de modo que determinemos que todo aquello que conforma nuestra personalidad esta basado propiamente en la diversa comunicación neuronal, ¿como podríamos unificar esta teoría con, por ejemplo, la de la física cuántica y su experimento de la doble ranura? ¿Es que acaso las neuronas, como entidades individuales eligen por si mismas comportarse de alguna manera específica, quizás a través de una predisposición genética? De otro modo, ¿quién es el Observador en este asombroso e incomprensible espectáculo? ¿Por qué tengo la impresión de que este Observador soy yo?
Alejandrovski
Comentarios