Pues, en secreto, ese infierno del más allá no existe.
El odio, la crueldad: eso es el infierno. A veces el infierno
somos nosotros mismos.
Don Gregorio, La lengua de las mariposas.
Heme aquí, partido en mil pedazos. Se de antemano que no entenderá mis palabras quien no pretenda la libertad como un principio inquebrantable en la constitución humana, sino como algo que nos fuera dado externamente. Pero en este instante sufro por la voz reprimida de aquellos que tenían en boca algo más que el egoísmo descarado y por quien resuena en su discurso vital y diario la anhelada conquista de si mismos ante el Gran Otro. No somos maquinas, ni son maquinas aquellos que no luchen por serlo, pues para ser, es necesario primero desear ser. Aquél que impone una verdad no es otra cosa que un pintor de segunda que pretende que sus cuadros sean espectadores de su propia obra. En la enconada palabra retumba, a pesar de todo, la voz del gorrión que lucha por dejar la jaula de la imposición. Y es porque se le ha impuesto al hombre ser no más que la reproducción de una frase que repiten aquellos que tienen el poder que surgimos nosotros, aquellos que buscamos algo diferente a tener más.
"Millán gritó: "¡Muera la inteligencia!". Unamuno no se amilanó y concluyó: "¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha."
Alejandrovski Velchaninov
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